Domingo, 3 de noviembre de 2024

DOMINGO XXXI, TIEMPO ORDINARIO

Éste es el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste

Lectura del santo evangelio según san Marcos 12,28b-34

En aquel tiempo, un letrado se acercó a Jesús y le preguntó:

-¿Qué mandamiento es el primero de todos?
Respondió Jesús:

-El primero es: «Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser». El segundo es éste: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No hay mandamiento mayor que éstos.
El letrado replicó:

-Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:

-No estás lejos del Reino de Dios.
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

SALMOA 17, 2-4. 47 eta 51ab

R/. Maite zaitut, Jauna, nire indar.

Maite zaitut, Jauna, nire indar!
Jauna da nire haitz, nire gaztelu,
Bera nire askatzaile. R/.

Ene Jainko, nire harkaitz babesgarri,
nire babeski eta salbamen-indar,
nire gordeleku goresgarri.
Dei egin neutsan Jaunari,
eta salbatu ninduan arerioakandik. R/.

Gora Jauna! Bedeinkatua nire harkaitza!
Goratua nire Jainko salbatzailea.
Garaipen handiak emon deutsoz erregeari,
maitasuna agertu deutso bere igurtziari,
Davidi eta honen ondorengoei betiko. R/.

REFLEXIÓN

Voy a partir de un hecho reciente: Estos días, muchos habéis ido al cementerio; y otros quizás en casa, a solas, habéis tenido un recuerdo agradecido hacia vuestros seres queridos difuntos, y habéis rezado por ellos.

Bien, Jesús nos presenta hoy el amor a Dios y al prójimo como seña de identidad del cristianismo.

El hecho de haber tenido un recuerdo agradecido hacia nuestros seres queridos difuntos, y de haber pedido al Señor por ellos, ha sido un gesto sencillo y breve. Apenas os ha llevado tiempo. Pero me parece bueno significar que ha supuesto un rato de nuestra persona y nuestra vida en el que vuestros seres queridos difuntos han ocupado vuestro pensamiento, y con amor agradecido, y movidos por la fe y la esperanza, habéis pedido a Dios Padre por ellos. Este gesto nos ha permitido expresar tanto nuestra fe y amor a Dios como nuestro amor al prójimo. A esos familiares, amigos y conocidos, y hacerlo en un gesto, de una forma unificada.

Sin embargo, el amor a Dios no se realiza siempre así, unido al amor al prójimo. No, necesita ser expresado y alimentando de forma univoca. Como diría Sta Teresa de Jesús: a través del “trato personal con Él”, de la participación en la eucaristía dominical, y de la práctica sacramental para que nuestra vida espiritual pueda ser rica y profunda.

Por otra parte, el amor a Dios no nos exime de la práctica del amor al prójimo. El desastre que ha generado la Dana nos lleva a pedir a Dios Padre por las víctimas, y por las personas y familias que lo han perdido todo. Pero como nos dice el apóstol Santiago: “Si algún hermano está pasando necesidad,  y tú no le ayudas, de nada sirve tú fe. Esa fe está muerta”.

La pregunta que le hace el letrado a Jesús: “¿Qué mandamiento es el primero de todos?”, era una pregunta que se hacía mucha gente.

Hemos de tener en cuenta que la práctica de la religión judía conllevaba el cumplimiento de 613 normas (365 eran prohibitivas [“no harás”], y 248 preceptivas [“debes de hacer”]).

La gente sencilla se sentía perdida ante tal cúmulo de preceptos. Además, el amor al prójimo aparecía como un precepto más entre todos los demás.

La respuesta de Jesús no tiene desperdicio. Le dice al letrado: El primero es este: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser». Es parte de una oración que todos los judíos varones hacen al comienzo y al final del día, y que Jesús había pronunciado aquella mañana. La frase «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser» ayuda a Jesús a vivir centrado en Dios, y esto para Jesús es lo primero.

Y a continuación dice: «El segundo es éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo».

El letrado le había pedido un mandamiento, el más importante. Jesús le ofrece dos: pone a la misma altura el amor a Dios y el amor al prójimo. Y con la afirmación: «No hay mandamiento mayor que éstos», que es de su cosecha, los presenta como inseparables. Pero todo esto adquiere credibilidad porque en la cruz Jesús une los dos amores: su amor a Dios Padre se transforma en entrega por nosotros, y así lo expresa un poco antes, en la Última Cena que lleva a cabo con sus discípulos: “Tomad y comed, este es mi Cuerpo que será entregado… Tomad y bebed, esta es mi sangre que será derramada por muchos”. Esta entrega, la realiza desde su confianza total en Dios Padre, y la plasma en la frase final: “Padre, en tus manos encomiendo mí espíritu”.

Por Mikel Martínez.

OTOITZA

¿A quiénes amar?

A todos mis hermanos de humanidad.

Sufrir con sus fracasos, con sus miserias,

con la opresión de que son víctimas.

Alegrarme de sus alegrías.

Encerrarlos en mi corazón,

todos a la vez.

Cada uno en su sitio.

Ser plenamente consciente de mi inmenso tesoro

y con ofrecimiento vigoroso y generoso,

ofrecerlos a Dios.

Hacer en Cristo la unidad de mis amores:

riqueza inmensa de almas plenamente en la luz.

Todo esto en mí como una ofrenda,

como un don que revienta el pecho:

movimiento de Cristo en mi interior

que despierta y aviva caridad,

movimiento de la humanidad, por mí hacia Cristo.

Extracto de una oración de San Alberto Hurtado sj

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