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Ordesa

Con motivo de la lectura de un libro

    Soy de los que piensan que los libros nos ofrecen la oportunidad de asomarnos a otros mundos, conocer otras vidas, emocionarnos, descubrir otras perspectivas, reflexionar y apreciar experiencias y valores que nos pueden ayudar a crecer.

    Hace ya unos años leí el libro “Ordesa” del poeta y escritor Manuel Vilas. Es un libro que en el año de su publicación (2018) conoció catorce ediciones, al año siguiente le concedieron en Francia el Premio Femina Etranger, y hoy lo podemos encontrar publicado a más de veinte lenguas.

    Se trata de un libro de carácter autobiográfico. Su autor lo comienza a escribir a raíz de la muerte de su madre, y va recordando y desgranando distintos aspectos de su vida personal, familiar, y profesional.

    La singularidad y valor del libro estriba en los tres elementos que lo atraviesan.

El primer elemento es la perspectiva. Su autor se confiesa ateo. Pero para sorpresa del lector, el ateísmo de Manuel no es un ateísmo cientificista y rancio; sino nuevo, distinto. Un ateísmo que mantiene una relación agónica (“de lucha” en el sentido filosófico griego) con el materialismo, y con la muerte. Este ateísmo colorea todo el libro.

       Un segundo elemento transversal es el ejercicio de sinceridad que hace Vilas, y que se plasma en las confesiones y juicios que vierte sobre distintos aspectos de su vida (su relación con su padre, su madre y otros familiares; su experiencia como profesor; su experiencia matrimonial; su relación con sus hijos; sus problemas con el alcohol; etc.)

    Un tercer elemento que atraviesa la obra es la sensibilidad y profundidad que muestra en muchos de los hechos de vida que relata. Captar esos hechos -como él lo hace- requiere finura y reflexión. Para el autor, vivir es mucho más que coleccionar experiencias. Exige contemplar lo vivido, reflexionar sobre ello, reconocer la “ingravidez”[1] que contiene la vida, aprender tanto de las vivencias positivas como de las negativas, entrever una espiritualidad “sin Dios”[2], y mantener vivo el recuerdo de las personas concretas que han dejado un “poso” en nuestro corazón, y con las cuales tenemos contraída una deuda permanente de amor y gratitud.

Resumiendo, considero que la lectura de “Ordesa” es interesante por tres motivos:

  1. Nos descubre un ateísmo de nuevo cuño. Un ateísmo que no parte de despreciar o ridiculizar la postura de los creyentes; sino que se afirma manteniendo una relación agónica (“de lucha” en el sentido filosófico griego) tanto con el materialismo como con la muerte como finitud.
  2. Pone ante el lector la cuestión de la “ingravidez” de la vida, y le invita a preguntarse ¿la reconoces?, ¿cómo la gestionas?, ¿qué haces para arrostrarla?
  3. Vislumbra una espiritualidad “sin Dios”, (que como la espiritualidad “con Dios”), exige de la persona el cultivo de la sensibilidad, la contemplación, y la reflexión.

Termino esta recesión con dos observaciones:

  • Es una pena que dentro del panorama literario de nuestro país sean tan escasos los libros de este estilo, y con este nivel de reflexión.
  • En estos momentos en que triunfa lo rápido, ligero y efímero, la propuesta que Manuel Vilas nos hace -a través de este libro- es toda una invitación a vivir de una manera más consciente y profunda la vida, nuestra vida. Una vida que como dijo el gran John Lenon a un periodista “es eso que pasa mientras hacemos otros planes”.

Por Mikel Martínez


[1] Con este término el autor alude, por ejemplo, a esos esfuerzos y desvelos que no cristalizan en nada, a esas amistades que cultivamos durante años, y sin un porqué… se evaporan. La vida de cada uno de nosotros contiene importantes dosis de “ingravidez”.

[2] Ya en 2006 el filósofo francés André Comte-Sponville publicó un libro que no llamó la atención por su título: “El alma del ateísmo”; sino por el subtítulo: “Introducción a una espiritualidad sin Dios”. Muchos no dieron crédito a lo que leían: un ateo reivindicando la espiritualidad. Sin embargo, esta pretensión se inscribe en una tradición que tiene sus raíces en las “Eneadas” de Plotino (205-270), y en otras aportaciones más recientes, como las de Ludwig Wittgenstein (1889-1951), George Bataille (1897-1962) o Jean-Claude Bologne (1956)