Estos días atrás un grupito de esta UP de Uribe Kosta han participado en en los Días de las Diócesis (del 26 al 31 de julio) y en las Jornadas Mundiales de la Juventud en Lisboa (JMJ del 1 al 6 de agosto) junto con miles de jóvenes del mundo y con su Santidad el Papa Francisco.
Queremos traer aquí entre nosotros, en casa, un poco lo vivido esos días en Lisboa. Dejamos aquí parte de los textos que el Papa ha pronunciado en este viaje apostólico. (en este enlace están todos los textos completos tal y como los ha publicado el Vaticano).


CEREMONIA DE ACOGIDA
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Parque Eduardo VII, Lisboa
Jueves, 3 de agosto de 2023
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Queridos jóvenes: Boa tarde!
Bem-vindos! Bienvenidos y gracias por estar aquí, ¡me alegra verlos! Me alegra escuchar el simpático alboroto que hacen y poderme contagiar de su alegría. Es hermoso estar juntos en Lisboa; fueron llamados por mí, por el Patriarca —a quien agradezco sus palabras—, por sus obispos, sacerdotes, catequistas, animadores. ¡Vamos a agradecerles a todos los que los llamaron y a todos los que trabajaron para posibilitar esta reunión, y lo hacemos con un fuerte aplauso! Pero, sobre todo, es Jesús quien los llamó, agradezcámosle a Jesús con otro fuerte aplauso.
Ustedes no están aquí por casualidad. El Señor los llamó, no sólo en estos días, sino desde el comienzo de sus vidas. A todos nos llamó desde el comienzo de la vida. Él los llamó por sus nombres. Escuchamos la Palabra de Dios que nos llamó por sus nombres. Intenten imaginar estas palabras escritas en letras grandes; y después piensen que están escritas dentro de cada uno de ustedes, en sus corazones, como formando el título de tu vida, el sentido de lo que sos: has sido llamado por tu nombre: vos, vos, vos, vos, acá, todos nosotros, yo, todos fuimos llamados por nuestro nombre. No fuimos llamados automáticamente, fuimos llamados por el nombre. Pensemos esto: Jesús me llamó por mi nombre. Son palabras escritas en el corazón, y después pensemos que están escritas dentro de cada uno de nosotros, en nuestros corazones, y forman una especie del título de tu vida, el sentido de lo que somos, el sentido de lo que sos. Has sido llamado por tu nombre. Ninguno de nosotros es cristiano por casualidad, todos fuimos llamados por nuestro nombre. Al principio de la trama de la vida, antes de los talentos que tenemos, antes de las sombras de las heridas que llevamos dentro, hemos sido llamados. Hemos sido llamados, ¿por qué? Porque somos amados. Hemos sido llamados porque somos amados. Es lindo. A los ojos de Dios somos hijos valiosos, que Él llama cada día para abrazar, para animar, para hacer de cada uno de nosotros una obra maestra única, original. Cada uno de nosotros es único y es original, y la belleza de todo esto no la podemos vislumbrar.
Queridos jóvenes: en esta Jornada Mundial de la Juventud, ayudémonos a reconocer esta realidad; que estos días sean ecos vibrantes de la llamada amorosa de Dios, porque somos valiosos a los ojos de Dios, a pesar de aquello que a veces ven nuestros ojos, a veces nuestros ojos están empañados por la negatividad y deslumbrados por tantas distracciones. Que estos sean días en los que mi nombre, tu nombre, por medio de hermanos y hermanas de tantas lenguas, tantas naciones
—veíamos tantas banderas— que lo pronuncian amistosamente, resuena como una noticia única en la historia, porque único es el latido de Dios por ti. Que sean días en los que grabemos en el corazón que somos amados como somos. No como quisiéramos ser, como somos ahora. Y este es el punto de partida de la JMJ, pero sobre todo el punto de partida de la vida. Chicos y chicas, somos amados como somos, sin maquillaje. ¿Entienden esto? Y somos llamados por el nombre de cada uno de nosotros.
No es un modo de decir, es Palabra de Dios (cf. Is 43,1; 2 Tm 1,9). Amigo, amiga, si Dios te llama por tu nombre significa que para Dios ninguno de nosotros es un número. Es un rostro, es una cara, es un corazón. Quisiera que cada uno vea una cosa: muchos hoy saben tu nombre, pero no te llaman por tu nombre. De hecho, tu nombre es conocido, aparece en las redes sociales, se elabora por algoritmos que le asocian gustos y preferencias. Pero todo esto no interpela tu unicidad, sino tu utilidad para los estudios de mercado. Cuántos lobos se esconden detrás de sonrisas de falsa bondad, diciendo que saben quién sos, pero que no te quieren; insinúan que creen en ti y prometen que llegarás a ser alguien, para después dejarte solo cuando ya no les interesas más. Y estas son las ilusiones de lo virtual y debemos estar atentos para no dejarnos engañar, porque muchas realidades que hoy nos atraen y prometen felicidad después se muestran por aquello de lo que son: cosas vanas, pompas de jabón, cosas superfluas, cosas que no sirven y que nos dejan vacíos por dentro. Les digo una cosa: Jesús no es así, no es así; Él confía en ti, confía en cada uno de ustedes, en cada uno de nosotros, porque para Jesús cada uno de nosotros le importamos, cada uno de ustedes le importa. Y ese es Jesús.
Y es por eso [que] nosotros, su Iglesia, somos la comunidad de los que son llamados; no somos la comunidad de los mejores, no, somos todos pecadores, pero somos llamados así como somos. Pensemos un poquito esto en el corazón: somos llamados como somos, con los problemas que tenemos, con las limitaciones que tenemos, con nuestra alegría desbordante, con nuestras ganas de ser mejores, con nuestras ganas de triunfar. Somos llamados como somos. Piensen esto: Jesús me llama como soy, no como quisiera ser. Somos comunidad de hermanos y hermanas de Jesús, hijos e hijas del mismo Padre.
Amigos, quisiera ser claro con ustedes, que son alérgicos a la falsedad y a las palabras vacías: en la Iglesia, hay espacio para todos. Para todos. En la Iglesia, ninguno sobra. Ninguno está de más. Hay espacio para todos. Así como somos. Todos. Y eso Jesús lo dice claramente. Cuando manda a los apóstoles a llamar para el banquete de ese señor que lo había preparado, dice: «Vayan y traigan a todos», jóvenes y viejos, sanos, enfermos, justos y pecadores. ¡Todos, todos, todos! En la Iglesia hay lugar para todos. «Padre, pero yo soy un desgraciado, soy una desgraciada, ¿hay lugar para mí?». ¡Hay lugar para todos! Todos juntos, cada uno, en su lengua repita conmigo: Todos, todos, todos. No se oye, ¡otra vez! Todos. Todos. Todos. Y esa es la Iglesia, la Madre de todos. Hay lugar para todos. El Señor no señala con el dedo, sino que abre sus brazos. Es curioso: el Señor no sabe hacer esto [indica con el dedo], sino que hace esto [hace el gesto de abrazar]. Nos abraza a todos. Nos muestra a Jesús en la cruz, que tanto abrió sus brazos para ser crucificado y morir por nosotros.
Jesús nunca cierra la puerta, nunca, sino que te invita a entrar; entrá y ve. Jesús recibe, Jesús acoge. En estos días cada uno de nosotros transmite el lenguaje de amor de Jesús. Dios te ama, Dios te llama. ¡Qué lindo es esto! Dios me ama, Dios me llama. Quiere que esté cerca de Él.
También ustedes, esta tarde, me hicieron preguntas, muchas preguntas. Nunca se cansen de preguntar. No se cansen de preguntar. Hacer preguntas es bueno; es más, a menudo es mejor que dar respuestas, porque quien pregunta permanece «inquieto» y la inquietud es el mejor remedio para la rutina, a veces una especie de normalidad que anestesia el alma. Cada uno de nosotros tiene sus interrogantes dentro. Llevemos esos interrogantes con nosotros y llevemos en el diálogo común entre nosotros. Llevémoslos cuando rezamos delante de Dios. Esas preguntas que con la vida se van haciendo respuestas, que solamente tenemos que esperarlas. Y una cosa muy interesante: Dios ama por sorpresa. No está programado. El amor de Dios es sorpresa. Es sorpresa. Siempre sorprende. Siempre nos mantiene alertas y nos sorprende.
Queridos chicos y chicas, los invito a pensar esto tan hermoso: que Dios nos ama, Dios nos ama como somos, no como quisiéramos ser o como la sociedad quisiera que seamos. ¡Como somos! Nos llama con los defectos que tenemos, con las limitaciones que tenemos y con las ganas que tenemos de seguir adelante en la vida. Dios nos llama así. Confíen, porque Dios es Padre y es Padre que nos quiere y Padre que nos ama. Esto no es muy fácil. Y para esto tenemos una gran ayuda, la Madre del Señor. Ella es nuestra Madre también, Ella es nuestra Madre.
Solamente era esto lo que les quería decir: no tengan miedo, tengan coraje, vayan adelante, sabiendo que estamos «amortizados» por el amor que Dios nos tiene. Dios nos ama. Digámoslo juntos todos: Dios nos ama. Más fuerte, que no oigo. No se oye acá. Gracias. Adiós.

VÍA CRUCIS CON LOS JÓVENES
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Parque Eduardo VII, Lisboa
Viernes, 4 de agosto de 2023
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Queridas hermanas y hermanos: ¡buenas tardes!
Ustedes hoy van a caminar con Jesús. Jesús es el Camino y vamos a caminar con Él, porque Él caminó. Cuando estuvo entre nosotros, Jesús caminó. Caminó, curando a los enfermos, atendiendo a los pobres, haciendo justicia, caminó predicando, enseñándonos. Jesús camina, pero el camino que más está grabado en nuestro corazón es el camino del Calvario, el camino de la Cruz. Y hoy ustedes van con la oración, nosotros, yo también, con la oración van a renovar el camino de la Cruz. Y miremos a Jesús que pasa y caminemos con Él.
El camino de Jesús es Dios que sale de sí mismo, sale de sí mismo para caminar entre nosotros. Eso que escuchamos tantas veces en la Misa: «El Verbo se hizo carne y caminó entre nosotros». ¿Se acuerdan? Y el Verbo se hizo hombre y caminó entre nosotros. Y eso lo hace por amor. Y eso lo hace por amor. Y la Cruz que acompaña cada Jornada Mundial de la Juventud es el ícono, es la figura de este camino. La Cruz es el sentido más grande del amor más grande, ese amor con que Jesús quiere abrazar nuestra vida. ¿Nuestra? Sí, pero la tuya, la tuya, la tuya, la de cada uno de nosotros. Jesús camina por mí. Lo tenemos que decir todos. Jesús empieza este camino por mí, para dar su vida por mí. Y nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos, el que da la vida por los demás. No se olviden esto. Nadie tiene más amor que el que da la vida, y esto lo enseñó Jesús. Por eso, cuando miramos al Crucificado, que es tan doloroso, una cosa tan dura, vemos la belleza del amor que da su vida por cada uno de nosotros. Decía una persona muy creyente una frase que a mí me tocó mucho. Decía así: «Señor, por tu inefable agonía, puedo creer en el amor». Señor, por tu inefable agonía, puedo creer en el amor.
Jesús camina, pero espera algo, espera nuestra compañía, espera que miremos… No sé, espera abrir ventanas de mi alma, de tu alma, del alma de cada uno de nosotros. ¡Qué feas son las almas cerradas, que siembran para adentro, sonríen para adentro! No tienen sentido. Jesús camina y espera con su amor, espera con su ternura, darnos consuelo, enjugar nuestras lágrimas.
Yo les hago una pregunta ahora, pero no la contesten en voz alta, cada uno se la contesta a sí mismo: ¿yo lloro de vez en cuando? ¿Hay cosas en la vida que me hacen llorar? Todos en la vida hemos llorado, y lloramos todavía. Y ahí está Jesús con nosotros, Él llora con nosotros, porque nos acompaña en la oscuridad que nos lleva al llanto.
Voy a hacer un poquito de silencio y cada uno le diga a Jesús por qué llora en la vida, cada uno de nosotros se lo dice ahora, en silencio.
[Momento de silencio]
Jesús, con su ternura, enjuga nuestras lágrimas escondidas. Jesús espera colmar, con su cercanía, nuestra soledad. ¡Qué tristes son los momentos de soledad! Él está ahí, Él quiere colmar esa soledad. Jesús quiere colmar nuestro miedo, tu miedo, mi miedo, esos miedos oscuros los quiere colmar con su consolación. Y Él espera a empujarnos a abrazar el riesgo de amar. Porque ustedes lo saben, lo saben mejor que yo: amar es riesgoso. Hay que correr el riesgo de amar. Es un riesgo, pero vale la pena correrlo, y Él nos acompaña en esto. Siempre nos acompaña. Siempre camina. Siempre, a lo largo de la vida, está junto a nosotros.
Yo no quisiera abundar más cosas. Hoy vamos a hacer el camino con Él, el camino de su sufrimiento, el camino de nuestras ansiedades, el camino de nuestras soledades.
Ahora, un segundito de silencio, y cada uno de nosotros piense en el propio sufrimiento, piense en la propia ansiedad, piense en las propias miserias. No tengan miedo, piénsenlas. Y piensen en las ganas de que el alma vuelva a sonreír.
[Minuto de silencio]
Y Jesús camina a la Cruz, muere en la Cruz, para que nuestra alma pueda sonreír. Amén.

VIGILIA CON LOS JÓVENES
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Parque Tejo, Lisboa
Sábado, 5 de agosto de 2023
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Queridos hermanos y hermanas: Boa noite!
Me da mucha alegría verlos. ¡Gracias por haber viajado, por haber caminado, gracias por estar aquí! Y pienso que también la Virgen María tuvo que viajar para ver a Isabel: «partió y fue sin demora» (Lc 1,39). Uno se pregunta: ¿por qué María se levanta y va deprisa a ver a su prima? Claro, acaba de enterarse de que la prima está embarazada, pero ella también lo está. ¿Por qué entonces va a ir si nadie se lo pidió? María realiza un gesto no pedido, no obligatorio, María va porque ama, y «el que ama, vuela, corre y se alegra» (Imitación de Cristo, III, 5). Eso es lo que nos hace el amor.
La alegría de María es doble: ella acaba de recibir el anuncio del ángel que iba a recibir al Redentor y también la noticia de que su prima está embarazada. Entonces, es curioso: en vez de pensar en ella, piensa en la otra. ¿Por qué? Porque la alegría es misionera, la alegría no es para uno, es para llevar algo. Yo les pregunto a ustedes: ustedes, que están aquí, que han venido a encontrarse, a buscar el mensaje de Cristo, a buscar un sentido lindo a la vida, ¿esto se lo van a quedar para ustedes o lo van a llevar a los otros? ¿Qué opinan? ¡Es para llevarlo a los otros porque la alegría es misionera! Repitamos todos juntos: ¡la alegría es misionera! Y entonces yo tengo que llevar esa alegría a los demás.
Pero esa alegría que nosotros tenemos, también otros nos prepararon para recibirla. Ahora miremos para atrás, todo lo que hemos recibido, lo que hemos recibido y han preparado, todo eso, ha preparado nuestro corazón para la alegría. Todos, si miramos hacia atrás, tenemos personas que fueron un rayo de luz para la vida: padres, abuelos, amigos, sacerdotes, religiosos, catequistas, animadores, maestros. Ellos son como las raíces de nuestra alegría. Ahora hacemos un segundo de silencio y cada uno piensa en aquellos que nos dieron algo en la vida, que son como las raíces de la alegría.
[Momento de silencio]
¿Encontraron? ¿Encontraron rostros, encontraron historias? Esa alegría que vino por esas raíces es la que nosotros tenemos que dar, porque nosotros tenemos raíces de alegría. Y también nosotros podemos ser, para los demás, raíces de alegría. No se trata de llevar una alegría pasajera, una alegría de momento. Se trata de llevar una alegría que cree raíces. Y me pregunto: ¿cómo podemos convertirnos en raíces de alegría?
La alegría no está en la biblioteca, encerrada, aunque hay que estudiar, pero está en otro lado. No está guardada bajo llave, la alegría hay que buscarla, hay que descubrirla. Hay que descubrirla en nuestro diálogo con los demás, donde tenemos que dar esas raíces de alegría que nosotros hemos recibido. Y eso, a veces, cansa. Yo les hago una pregunta: ¿ustedes se cansaron alguna vez? Piensen lo que sucede cuando uno está cansado: no tiene ganas de hacer nada, como decimos en español, uno tira la esponja porque no tiene ganas de seguir y entonces uno se abandona, deja de caminar y cae. ¿Ustedes creen que una persona que cae en la vida, que tiene un fracaso, que incluso comete errores pesados, fuertes, ya está terminada? No. ¿Qué es lo que hay que hacer? Levantarse. Y hay una cosa muy linda que quisiera que hoy se la llevaran como recuerdo: los alpinos, que les gusta subir montañas, tienen un cantito muy lindo que dice así: «En el arte de ascender —la montaña—, lo que importa no es no caer, sino no permanecer caído». ¡Cosa linda!
El que permanece caído se «jubiló» de la vida ya, cerró, cerró la esperanza, clausuró la ilusión y ahí queda caído. Y cuando vemos alguno —amigos nuestros que están caídos—, ¿qué tenemos que hacer? Levantarlo. Fíjense cuando uno tiene que levantar o ayudar a levantar a una persona qué gesto hace: lo mira de arriba hacia abajo. La única oportunidad, el único momento que es lícito mirar a una persona de arriba abajo es para ayudar a levantarse. ¡Cuántas veces vemos gente que nos mira así, por sobre el hombro, de arriba para abajo! Es triste. La única manera en que es lícito, la única situación en que es lícito mirar a una persona de arriba para abajo es —lo digan ustedes— para ayudar a levantarse.
Bueno, esto es un poco el camino, la constancia en caminar. Y en la vida, para lograr las cosas hay que entrenarse en el camino. A veces no tenemos ganas de caminar, no tenemos ganas de hacer esfuerzos, nos copiamos en los exámenes porque no queremos estudiar y no llegamos al éxito. No sé si a algunos les gusta el fútbol. A mí me gusta. Detrás de un gol, ¿qué hay? Mucho entrenamiento. Detrás de un éxito, ¿qué hay? Mucho entrenamiento. Y en la vida, no siempre uno puede hacer lo que quiere, sino aquello que la vocación que tengo dentro —cada uno tiene su vocación— nos lleva a hacer. Caminar; si me caigo, levantarme o que me ayuden a levantarme; no permanecer caído; y entrenarme, entrenarme en el camino. Y todo esto es posible, no porque hagamos cursos sobre el camino —no hay ningún curso para enseñarnos a caminar en la vida—. Eso se aprende, se aprende de los padres, se aprende de los abuelos, se aprende de los amigos, llevándose de la mano mutuamente. En la vida se aprende, y eso es entrenamiento en el camino.
Yo los dejo con esta idea nomás: caminar y, si uno se cae, levantarse; caminar con una meta; entrenarse todos los días en la vida. En la vida, nada es gratis. Todo se paga. Sólo hay una cosa gratis: el amor de Jesús. Entonces, con esto gratis que tenemos —el amor de Jesús— y con las ganas de caminar, caminemos en esperanza, miremos nuestras raíces y vayamos adelante, sin miedo. No tengan miedo. ¡Gracias! ¡Chau!

SANTA MISA PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Parque Tejo, Lisboa
Fiesta de la Transfiguración del Señor
Domingo, 6 de agosto de 2023
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«Señor, ¡qué bien estamos aquí!» (Mt 17,4). Estas palabras, le dijo el apóstol Pedro a Jesús en el monte de la Transfiguración, y también las queremos hacer nuestras después de estos días intensos. Es hermoso lo que estamos experimentando con Jesús, lo que hemos vivido juntos y es hermoso cómo hemos rezado, y con tanta alegría de corazón. Y entonces nos podemos preguntar: ¿qué nos llevamos con nosotros volviendo a la vida cotidiana?
Quisiera responder a este interrogante con tres verbos, siguiendo el Evangelio que hemos escuchado. ¿Qué nos llevamos? Resplandecer, escuchar y no tener miedo. ¿Qué nos llevamos?, respondo con estas tres palabras: Resplandecer, escuchar y no tener miedo.
Primera, resplandecer. Jesús se transfigura, el Evangelio dice que «su rostro resplandecía como el sol» (Mt 17,2). Hacía poco que había anunciado su pasión y su muerte en la cruz, y con esto rompía la imagen de un Mesías poderoso, mundano, y frustra las expectativas de los discípulos. Ahora, para ayudarlos a acoger el proyecto de amor de Dios sobre cada uno de nosotros, Jesús toma a tres de ellos —Pedro, Santiago y Juan—, los conduce a un monte y se transfigura. Y este «baño de luz» los prepara para la noche de la pasión.
Amigos, queridos jóvenes, también hoy nosotros necesitamos algo de luz, un destello de luz que sea esperanza para afrontar tantas oscuridades que nos asaltan en la vida, tantas derrotas cotidianas para afrontarlas con la luz de la resurrección de Jesús, porque Él es la luz que no se apaga, es la luz que brilla aun en la noche. «Nuestro Dios ha iluminado nuestros ojos» (Esd 9,8), dice el sacerdote Esdras. Nuestro Dios ilumina. Ilumina nuestra mirada, ilumina nuestro corazón, ilumina nuestra mente, ilumina nuestras ganas de hacer algo en la vida, siempre con la luz del Señor.
Pero quisiera decirles que no nos volvemos luminosos cuando nos ponemos debajo de los reflectores, no, eso encandila. No nos volvemos luminosos cuando mostramos una imagen perfecta, bien prolijitos, bien terminaditos; no, no, aunque nos sintamos fuertes y exitosos. Fuertes y exitosos, pero no luminosos. Nos volvemos luminosos, brillamos, cuando, acogiendo a Jesús, aprendemos a amar como Él. Amar como Jesús, eso nos hace luminosos, eso nos lleva a hacer obras de amor. No te engañes, amiga, amigo, vas a ser luz el día que hagas obras de amor. Pero cuando en vez de hacer obras de amor hacia afuera, mirás a vos mismo, como un egoísta, ahí la luz se apaga.
El segundo verbo es escuchar. En el monte, una nube luminosa cubrió a los discípulos, y esa nube desde la cual habla el Padre, ¿qué dice? «Escúchenlo» (Mt 17,5). Este es mi Hijo amado, escúchenlo. Está todo aquí, y todo eso que hay que hacer en la vida está en esta palabra: : Escúchenlo. Escuchar a Jesús, todo secreto está ahí. Escuchás qué te dice Jesús. «Yo no sé qué me dice». Agarrá el Evangelio y leé lo que dice Jesús y lo que dice en tu corazón. Porque Él tiene palabras de vida eterna para nosotros;Él revela que Dios es Padre, es amor. Él nos enseña el camino del amor, escúchalo a Jesús. Porque, por ahí nosotros con buena voluntad emprendemos caminos que parecen ser del amor, pero en definitiva son egoísmos disfrazados de amor. Tené cuidado con los egoísmos disfrazados de amor. Escúchalo, porque Él te va a decir cuál es el camino del amor. Escúchalo.
Resplandecer, la primera palabra, sean luminosos, escuchar, para no equivocarse el camino, y al final, la tercera palabra, no tener miedo. «No tengan miedo». Una palabra que en la Biblia se repite tanto, en los Evangelios, «no tengan miedo». Estas fueron las últimas palabras que en este momento de la transfiguración Jesús dijo a los discípulos: «No tengan miedo».
A ustedes, jóvenes, que han vivido este gozo, estaba por decir esta gloria —bueno, algo de gloria es—, este encuentro con nosotros; a ustedes que cultivan sueños grandes pero a veces ofuscados por el temor de no verlos realizarse; a ustedes, que a veces piensan que no serán capaces, un poco de pesimismo se nos mete a veces; a ustedes, jóvenes, tentados en este tiempo por el desánimo, por juzgarse quizás fracasados o por intentar esconder el dolor disfrazándolo con una sonrisa; a ustedes, jóvenes, que quieren cambiar el mundo —y está bien que quieran cambiar el mundo— y que quieren luchar por la justicia y la paz; a ustedes, jóvenes, que le ponen ganas y creatividad a la vida, pero que les parece que no es suficiente; a ustedes, jóvenes, que la Iglesia y el mundo necesitan [como] la tierra necesita la lluvia; a ustedes, jóvenes, que son el presente y el futuro; sí, precisamente a ustedes, jóvenes, [Jesús] hoy les dice: «No tengan miedo».
En un pequeño silencio, cada uno repita para sí mismo, en su corazón, estas palabras: No tengan miedo.
Queridos jóvenes, quisiera mirar a los ojos a cada uno de ustedes y decirles: no tengan miedo. No tengan miedo. Es más, les digo algo muy hermoso, ya no soy yo, es Jesús mismo quien los está mirando en este momento. Nos está mirando. Él los conoce, conoce el corazón de cada uno de ustedes, conoce la vida de cada uno de ustedes, conoce las alegrías, conoce las tristezas, los éxitos y los fracasos, conoce el corazón de ustedes. Lee vuestros corazones y Él hoy les dice, aquí, en Lisboa, en esta Jornada Mundial de la Juventud: «No tengan miedo». Anímense, «no tengan miedo».